Ocurrió cuando tenía 9 años. No se lo esperaba. Ay, pobrecita. Pobre Lorenita.
La historia comienza un jueves, a eso del medio día. Seguramente era el mes de Abril.
Lorenita salió de clases y tenía mucho calor, asi que llegando a casa de la escuela se quitó la falda del uniforme y la tiró en el piso de la cocina. Conforme corría hacia la piscina se deshacía de un calcetín, luego del otro y así sucesivamente hasta que llegó a la orilla de la piscina sólo con su short y la camisa del uniforme. Respiró profundo y... ¡Splash! se tiró.
Se mantuvo bajo el agua unos 15 segundos sintiendo el efecto que su caída había causado en el agua. Se tambaleaba un poquito. El agua se sentía fresquísima. Misión cumplida.
La escena que acabo de describir no era nada inusual, casi todos los días después de la escuela Lorena llegaba a su casa como desesperada por meterse a la piscina un ratito (a veces un ratote). Incluso se saltaba el almuerzo porque sabía que si comía su mamá no la dejaría meterse al agua al menos por un buen rato.
Pero ese día fue diferente.
Su mamá le preparó (qué linda, qué detalle) un plato de mangos con chile. Pedacitos de mango espolvoreados. Lorena no podía sentirse más afortunada. Cogió un poquito de mangos y siguió nadando. Daba una vuelta a la piscina y se tomaba una pausa para comer un poquito más.
Después de un rato, se cansó de dar vueltas y decidió flotar sobre el agua, como haciendo el muertito. ¡Ay, cuál sería la desgracia!
Resulta que los mandos además de ser absolutamente apetecibles para ella también lo fueron para unas 3 abejas. Las antes mencionadas festejaban en el plato donde los cadaveres tropicales todavía estaban, atascándose de juguito frutal.
Lorenita se sintió amenazada y planeó cuidadosamente la estrategia para librarse de las intrusas. Lo pensó durante uno, dos, tres segundos y... ¡splash! Mojó el plato en un movimiento rápido para librarse de una buena vez de las abejas. (Se lamenta la pérdida de la vida de dos de ellas).
Pero una, una de ellas esquivó el ataque y se dispuso a vengar la muerte de sus compañeras. Lorena se sintió tan satisfecha cuando vió que había logrado deshacerse de ellas que no se fijó que hacía falta un cuerpecito mojado tirado junto a los otros dos. Se sumergió y apenas salió del agua se amarró el cabello.
Ay, Lorenita no pensó que alguien estaba esperando el momento perfecto para vengarse. La abeja que sobrevivió calculó fríamente sus movimientos y cuando Lorena menos lo esperaba, atacó. Se metió a su oreja, se acostó en el oído medio, cruzó las patas y comenzó a zumbar con ritmito cumbianchero. Lorena sintió algo rarísimo en el oído y como medida desesperada sacudió la cabeza de un lado a otro, cosa que a la abeja para nada le agradó. Tomó su aguijón y se lo clavó, a modo de reproche por todo el moveteo.
Lorena intentó de nuevo, y otra vez y otra vez pero la abeja nunca salió.
Hasta la fecha la abeja vive dentro del conducto auditivo de la niña que nunca más pudo meterse a la piscina... o usar audífonos... o sacurdir demasiado rápido la cabeza...
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Una tarea bien pioja.
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