martes, 28 de agosto de 2012

If Buddha were a sandwich...

Es fácil y difícil venir aquí, a este espacio en blanco, porque a pesar de que tengo total y absoluta libertad para decirlo todo, simplemente no puedo. Y de eso se trata el capítulo del día de hoy. La capacidad de hacer las cosas, para mí, es aún más debilitante que no poder hacerlas. Bien lo dice Linus, "There's no heavier burden than a great potential". Y no hablo exclusivamente de poder hacer cosas bien o sobresalir en algo. Yo sé muy bien que si mi vida dependiera de mis habilidades culinarias, ni siquiera haría el intento de agarrar una sartén para subirme, al menos, con un poco de orgullo a la embarcación de Caronte. El problema está en el gran potencial que tienen las cosas; la vida en general. Sí, una vida frente al mar con un gran terreno para tener a muchos perritos corriendo por ahí (sorry, doglover here), plantar mi propia comida y nunca jamás volver a consumir leche procesada por todos los procesos crueles y asquerosos que representa suena muy romántico. Tampoco suena nada mal agarrar una mochila, largarse a una ciudad bonita, enamorarse de la primera persona que parezca valer la pena y pasar de sus brazos a los de otro a los de otro y trabajar de mesera y tener un lindo tapete de baño y nada más que cerveza y manzanas verdes en el refrigerador. Pero, ¿qué estoy diciendo? Por supuesto que nada de eso es lo que realmente quiero. Obviamente estoy esperando que pase esa next-big-thing que me ponga por encima de toda la gente que conozco; ese acontecimiento que hará que hierva la sangre de quienes no me soportan e iluminará los ojos de quienes no solo me soportan sino también me quieren. Quiero tener el trabajazo, cuerpazo y sobre todo el tiempo para disfrutar de todo lo que los demás están soñando con hacer en sus largas horas de trabajo. Sin embargo, ese gran potencial; ese tener que tomar una decisión, es la proeza más grande que -a mi gusto- exige de alguna forma la vida de adulto. Es ese sentimiento que todas las noches se sienta sobre tu frente cuando estás tratando de conciliar el sueño. Es el Pato Darwing; el chicle que se pega en tu zapato. Ayer, en un momento muy Reality Bites-esco de la vida, platicaba con un gran amigo (y digo gran porque a pesar de la distancia y todos los problemas, probablemente él halló en mí lo mismo que yo hallé en él: la única persona en este mundo a la que le podemos decir lo que sea sin ser juzgados. Somos los únicos en la misma habitación que, por un momento, no se avergüenzan de nada y pueden reconocer todas y cada una de las maneras en que estamos mal sin ir arrastrando un sentimiento de culpa al confesarlo) sobre lo importante que es para algunas personas tomar esa gran decisión de qué hacer y cómo no tomarla también es una decisión. Y yo, con el peso del techo sobre mi pecho (what the hell was that), acostada en el piso lleno de pelos de gato, le daba vueltas al mismo asunto. Le explicaba cómo sentía que me está consumiendo esto de estar feliz y al mismo tiempo sentir que algo estoy haciendo muy mal. Y su mejor consejo fue que si algo me hace feliz, debo de aferrarme por lo mucho o poco que dure. Tal vez no sea el mejor de los consejos, pero comienzo a pensar que para nosotros -los que nos paralizamos de vez en cuando por ninguna razón y lo único que vemos detrás es destrucción- tal vez la única manera de seguir adelante es de la mano de algo bueno. For as long as it goes. Eso, aceptar que no soy el tipo de persona que puede hacer un plan y seguirlo o cambiarlo es la nueva gran decisión. Mientras tanto, ¿dónde puedo pedir unas vacaciones?

jueves, 9 de agosto de 2012

Cómo han pasado los (d)años

Ahhh, qué rico se siente estar de vuelta después de un intento fallido de independizar a mi lado geek de mi lado más *inserte el adjetivo que crea que va mejor aquí porque la autora no encuentra la palabra perfecta*.

No me siento triste por la prematura muerte de La Lonchera de Pandora, probablemente porque también su nacimiento fue inesperado en un arranque de no saber qué hacer con la vida en general. De cualquier forma estoy segura de que trataré de revivir ese proyecto en algún punto de este año, o el próximo, así que please: don't panic. 

Regreso aquí (siempre regreso aquí) cuando me canso de tratar de construirme como se me ocurrió que debía ser ese mes. Este es el único lugar donde no estoy buscando nada; no quiero ser la más cool, ni escribir bien, ni hablar del último acontecimiento que estremeció al mundo entero y, porsobretodaslascosas, porque aquí no se habla de tacones ni minifaldas.

Mucho ha pasado y mi mente, siempre tan linda, ha decidido pasarle la bolita a mi subconsciente para que yo pueda levantarme todos los días y seguir funcionando lo más cercano a lo normal posible.

Primero quiero decir que estoy triste y en un constante estado de negación porque me niego a creer el resultado de las elecciones del pasado primero de julio. Punto y a parte del cochino proceso electoral que deja mucho que desear, lo PEOR ha sido la reacción estúpida de la gente. Están los que inventaron el término pejezombies, luego con los que le encargan la revolución a los demás mientras ellos se ocupan de lo importante (o sea, llegar a tiempo a la oficina para obedecer al reloj checador) pero los más son los apáticos. Esos que están tan hartos de leer de política (pero no del último pantalón de colores que usó Kate Middleton) que no hacen más que quejarse de los demás.

Pero la versión más detestable de estos son los que se sienten con la autoridad de decirle pendejos a los demás por hacer lo que sea, desde marchar hasta dar un RT. No quiero ahondar en el tema porque me voy a poner furiosa recordando todas las veces que me dieron ganas de tirar la toalla al leer las estupideces que salen de la boca de muchas personas. Ay, ¿ven?
Sin embargo, algo aprendí: Más que por una campaña política, más que por un proceso electoral, si perdí a gente en este camino fue por una sola razón: La intolerancia. Y, ¿saben qué es lo que no tolero? Que alguien que está cómodamente sentado en su trasero todo el día me diga que nada de lo que hago tiene sentido.

Porque la amistad, verán, significa que aunque no creamos las mismas cosas, que aunque no nos guste el mismo sabor de helado, podemos respetar que al otro le gusta el de chocochip con chispas de democracia. Y si no, no vale la pena.
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Después de eso solo me queda tratar de reflexionar, en la medida de lo posible, por qué a la gente le encanta complicar las cosas ¿Por qué la necesidad de hacer más grandes las cosas? ¿Por qué el enfoque dramático? ¿De verdad le hace falta tanta emoción a sus vidas que hasta lo más pueril tiene que ser the next big thing?

Un mensaje es un mensaje es un mensaje. Una salida es solo eso. Hablar. Lo que viene. El futuro. Lo que dijiste. Lo que NO dijiste. Qué me voy a poner hoy. Se van a acordar de mi vestido. La imperante necesidad de complicar las relaciones humanas; ¿por qué enredar todo? los familiares, los amigos, los novios, los no novios, los exes, los futuros, los familiares de los exes del futuro del no novio.

O tal vez yo soy la que está haciéndolo todo mal pensando que no todo tiene que ser grande, que no todo tiene que cambiarte la vida. Tal vez le doy demasiado peso a algunas cosas y a otras se los quito por completo.

No sé. Pero eso sí: No me van a ver diciéndole a todos los demás que son unos pendejos por creer que The Newsroom es el mejor programa de televisión jamás hecho.